A mitad del lago había una isla
llena de castillos habitados por hormigas.
Cada noche lluviosa
venían los guerreros a desobar
sus lanzas de luz
que yo espantaba con gritos de vampira.
Lentamente me tendía sobre la yerba
y tú rodabas sobre mí.
Una y outra vez hundías en mi vulva una estaca pulida
Como un clavo de plata
y sonreías.
No sé por qué
cuando me enamoro tengo pesadillas.