Henry Morgan lo sabe:
esta gente no recibirá nunca una carta,
astillas náufragas o saludos de lejos,
catalejo de alguien después del mar
con el que deletrear esos fingidos disparates,
careta de sus ancladas obsesiones.
Arrecifes aquí todo lo encallan,
rudas piedras de años hechas,
afiladas aristas disfrazadas
hunden, antes de ser tramadas,
venganzas sucursales
¿Que mejor espada que una isla?
Pirata puntual
con un olfato de pez en tierra
aceptó el sótano húmedo
donde esconder botines para nadie.
Barbas peinadas y deshechas
sombras más lentas que una noche en vilo
ventiscas de pólvora
cicatrices de nácar
aljibes llenos de rencor en oro
ron para broncearse adentro
océano hasta nunca
cosechando a ratos esperas bizcas
astrolabio febril
cocotales serpentinos
como traiciones que ya no pueden ocultarse
Panamá quemada
Nerón sin puerto
viajando hacia no importa,
en isla.