Cenizas del mediodía, bajo
un erróneo cálculo,
una posibilidad incierta.
Falla el asiento del único puente.
Queda alguna piedra,
un objeto de lata aplastado,
un ladrillo enmohecido
sobre el que copulan las moscas.
El puente cede, cae
hacia la noche,
la densa red en la que todos somos peces,
chatos, apenas fosforescentes.
Vacíos frutos del crepúsculo,
¿ por qué no ser azar de la sangre,
cifrada impresión de la luz
sobre un leve papel sensible?
Se quema en su centro la piedad.
Arde la memoria en una plaza de piedra.
Se abre una puerta y nadie entra.
El eco desconfía de la sombra.
«
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