Desde un rincón atemporal, sin senderos
hacia el presente,
presiento la mano dadora de la Ley
que el hombre supo eludir
desde la honda cicatriz azul,
desde la inhóspita tarea de ser hombre.
Sin embargo,
el rayo directriz lo permanece,
lo somete día a día a la conciencia
y el hombre se percata, poco a poco,
que no es hombre ni dios ni una quimera
y sigue su sendero con errores
que lo apartan sin cesar del derrotero.
Insalubre entusiasmo alimenta la mano
que sobre la testa enhiesta
de su hijo amado
acalambra los codos del Creador asombrado.
No se rinde al cansancio
de seguirlo tras siglos
y no pierde el proyecto
que por causa del hombre
no verá realizado.
En su cósmica idea
le regala los códigos trascendentes y enteros
de su sabiduría.
Mas el hombre está ciego
creyendo verlo todo.
Dios allá, en el comienzo,
acortó su visión siguiendo al hijo,
hoy un punto en Su perspectiva,
desapareciendo,
creyendo que el sendero
que ha tomado confiado
lo acerca a la esperanza
de ser dios, como su Padre,
sometiendo, cortando
el camino hacia adentro,
hacia donde residen
otros tantos corazones
que, como él,
se niegan a estar solos,
sin encontrarse al menos.
Hoy la noche ya culmina
y en el viejo sendero
que el hombre ha derrochado,
brotaron hacia adentro
hacia el centro nuclear
de la Gran Madre Tierra
las flores que las lágrimas del hombre
cultivaron,
mientras que allá a lo lejos,
dormido ya en sus siglos,
agonizando casi,
se va durmiendo Dios,
cerrando poco a poco sus opacas pupilas
que quedaron vacías de su cosmogonía.