A mi hija Sarah
Quisiera que mis manos
fuera palomas
para abanicar tu estío.
Y mi eterno desvelo...
ese pertinaz insomnio,
sirviera a tu tiempo sin prisas,
para contarte las mil historias
que guardo escondidas
en un rincón de los recuerdos.
Antes de conocerte
te sabía de memoria.
Mis labios pronunciaban tu nombre
Incansables, empecinados,
porque ya presentía
la certeza del cuerpo compartido.
Ahora estás conmigo,
llenas los espacios,
ocupas los silencios.
Recortas arcoiris en las sábanas,
pintas duendes en las paredes,
rompes todo lo superfluo.
Vas quedando solo tú, la maga
que encuentra plumas de elefante
sepultadas en la arena.
Hablas al viento con el idioma
que sólo tú y él conocen,
que apenas yo entiendo.
Inventas una danza antigua,
exiges más juegos, un cuento...
No te importa la llegada de la reina de la noche.
De pronto, al borde ya de la locura,
sin previo aviso
llega el silencio...
Veo como al fin, vencida,
partes a ese viaje misterioso
a solas con tus sueños.
Y te miro, sin que llegue el hastío.
Feliz porque no recuerdo un mundo
anterior a tu llegada.
Marié Rojas Tamayo