La muchedumbre se atasca tal cual ramilletes azules.
Guarda de ti en ti, y un poco en mi.
Y los tomos se durmieron en el vetusto placard
de mis ancestros,
junto a los insectos carentes de aroma,
huecos de alma y sabor.
Enloqueció el viento...
rodar y pesar...
Gloria inalcanzable,
quizá indeseable.
El llanto se quebró y las hojas humedeció.
La tinta se corrió y todo se vuelve ilegible.
Ha amanecido. Ya es muy tarde para los ojos
que no pueden divisar.
Aquí culmina, apenas esta estrofa moribunda,
sofocada y desalmada,
para los tristes inmortales que se alejaron de
la memoria de los demás.
Silvana Barrales