12  DE OCTUBRE  DE  1492.

Llegaron con sus cruces y lanzas asesinas,
   y nosotros sólo éramos personas.

  Y un imprevisto amanecer vinieron y llegaron,
jineteando en el lomo del mar estrepitoso.
Del mar, motín de sal y oquedad milenaria
inmemoriales hombres pisaron nuestra playa.

Aquí vagaría el sol desflorando la sombra,
satinando la pampa que era una resonancia.
Interminable y sola extraviada en los mapas,
la pampa indoblegable de todas las centurias.

  De metales y arneses vinieron y llegaron,
y aquí sólo el silencio de Dios y sus verdades.
Esa verdad en silencio que repiten los tiempos
sin sermones confusos ni discurso inventado.

  La inmensidad, un delirio, ensueño y desmesura
quebrada por navíos que llegaron de lejos.

  Y dicen, no se sabe todavía,
que por casa no había eco de los galopes
de caballadas potras, crin al viento y relincho.

Ni siquiera el arrullo rasguido de una viola
conmovería la calma de los anocheceres.

  Llegaron esos hombres de metales y arneses
a tanto territorio de soledad muy sola.
A esta incesante fragua de agobiadores soles
y enrojecida siesta demorando el paisaje.

  Vinieron y llegaron cuando cada montaña,
peldaño de misterio,
colgaba de los aires su racimo de aroma.
Y los ríos libertarios disponían del reflejo
y el contracanto al canto de pedregal y orilla.

  Sí, aquí soltaría el viento su natural capricho
cargando los pulmones de albedrío pajarero.
Bailaba la hojarasca del repleto follaje
y tronaba el prodigio de la mágica lluvia.

  Esos hombres llegaron y en la playa, nosotros.
Nosotros en la playa del tiempo que les digo,
achicados de asombro por la grandiosa nave
y metálicos seres venidos desde el agua.

  Tanto temor callamos. Y tampoco dijimos
que tal vez allí mismo haya empezado el hambre.

  Y ciertamente digo: de una choza a la otra
con palabras invictas hablamos del suceso.
Contamos la noticia.
Porque había aquí palabras que unidas a las nuevas,
traídas en los barcos,
son memoria y enigma del saber quienes somos.

                                                             Eduardo Pérsico

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