TRES INVOCACIONES

— ¡No apague la luz por favor !—.

Sonó  poco amable  aunque le hubiese pedido el favor a la desconocida .Él acababa de entrar al cuarto viniendo de la recepción.

— ¿Pero quién es esta intrusa?—, exclamó el hombre sin preguntarle nada a la indicada, rebuscando en la memoria esa figura que no identificaba aun cuando no del todo la ignorase.

En algún lugar de su existencia, en ese momento y en otra dimensión, aquella petición imperativa retumbó como el eco del viento al repercutir en las montañas; imágenes al pie de un socavón inmenso iluminadas por un flash que se disparó sólo en la mente de Liborio Quezada, era la visión de sí mismo lo que en su pensamiento apareció.

Con una mezcla de espanto y risa nervosa retrocedió unos  pasos hasta apoyarse a tientas en el switch y encender otra luz diferente a la que la mujer sentada en la cama había acabado de apagar.

Se echó para atrás con el brazo engarrotado a medio camino de un trago de ron que se estaba empinando [La puerta permanecía sin cerrar], se le congeló el movimiento y un fuetazo lacerante le serpenteó velozmente en la espina dorsal, se detuvo en seco a la altura de la nuca y le estalló con dolor irradiante en el mero centro de la cabeza; sintió plomo en la zona lumbar.

Sembrado al piso se liberó del suelo como desenterrando los pies, y se sacudió del susto lanzando un madrazo e invocando a su dios.

— ¡No es para menos!, semejante impresión bastaría para fulminar del infarto, incluso a gente mas joven que él, seguro me vio en lo oscuro y ahora se pregunta si fue verdad—.

Riendo en sigilo se frotó las manos como la mantis  y se tragó la salivación .Así  pensaba la mujer que yacía en la cama saboreando los últimos latidos de su presa, sonreía mirando para el piso demorando el acto de quitarse lo aretes, no miraba de frente para ocultar el rictus sardónico de la faz tan evidente al mover la boca modulando las palabras, o al sorber el aire para olfatear el  calor de la sangre circulante.

Era tal su ansiedad en momentos como este, que a veces se le salía sin querer la lengua bífida enroscada, se hubiera delatado de todas formas a plena luz si lo miraba, por lo mismo enterró los ojos en el suelo sin establecer con el hombre contacto visual.

No quería soltar la carcajada y terminar a destiempo con  el deleite, no quería espantarlo antes de tiempo; ese lapso duraría hasta cuando le viera la cara de terror, por ese placer valía la pena prolongar el deseo reprimiendo el mordisco devorador, demorar el gozo de atravesar la  carne con los dientes y sentir en la boca la vida que se apaga.

Soltó el hombre un lamento cómico demasiado afeminado para tratarse de él, pensó por un instante que bien pudiera ser el despertar de un sueño malo, sin embargo; después de oírse el grito de marica cayó en la cuenta de que no era así, ¡no señor!, estaba despierto y lo estaba viendo y viviendo; dejó con rudeza el  vaso largo sobre el tocador a su derecha.

Sonaron los hielos en el fondo cristalino y se quebró de un sólo golpe el vidrio protector del tocador, observó las esquirlas puntiagudas y tuvo ganas de asir una para atacar, tenía las manos engarzadas, era imposible, se estremecía del horror ..., cayeron las astillas, ninguno se inmutó...

Liborio tampoco la quería mirar.

En efecto, Quezada lo había visto de verdad; de facto era cierto aquella horrible cara que surgió cuando la mujer apagó la luz.

Para comprobar la veracidad de lo visto oprimió dos veces el interruptor ..., y el rostro volvió a aparecerle como bestia feroz sonriendo en la oscuridad..., Otro madrazo ..., Un tropiezo, el vaso cayó sin quebrarse y se levantó un silencio, presagio de la fatalidad.

Pareció detenerse el curso de las horas, el vaso rodaba  mientras víctima y victimario aplazaban el inevitable encuentro de las miradas.

Nuevamente el susto y aquel gritillo, la risa nerviosa y la paralización, fue tan feo lo que entrevió que tal apariencia le produjo risa, le parecía cómico encontrarse después de todo en esa horrible  situación,  imaginó la mueca de pavor que estaría haciendo, se reía de su reacción ... ¡Qué bien!, — exclamó para si —; ahora tendría una historia nueva para contar y entretener a los amigos cuando se fueran a beber, de seguro les iba a gustar, les mostraría como prueba fehaciente de honestidad la piel erizada y los pelos de punta  para que no fueran a pensar que se lo estaba inventando, ¡Tan huevón!...,..., la mente en blanco y ¡Zas!, otra centella en el pensamiento: Se desprendían rocas de la ladera de un abismo antes de  empezar a llover piedras gigantescas.

Volvió a ver el rostro de la mujer en lo oscuro y se le puso la tez de gallina, comprobó entonces que sí era cierto. Estaba parado ante la criatura que había venido quién sabe desde dónde para matarlo.

— ¡Vaya forma de morir!, las vainas que le pasan a uno por andar tomando trago —, murmuró el hombre en su fuero interno.

— Ya no voy a estar vivo para contarlo, de ésta no me salvo y lo peor es que solito me la busqué —.

Pensó lo anterior exclamando en baja voz y empezando a llorar porque se iba; se lo iban a llevar, —¡ Ay mi madre!—, profirió desgarrado como despidiendo a la vida y entonces con otro grito afeminado invocó arrepentido esta vez a la madre del hijo de su dios.

—¿Estaré yo tan embriagado así tanto como para ver las cosas que no son?, ¿Cómo así qué al apagar la luz a esta mujer se le haya transfigurado el rostro?—

No hubo transición de una apariencia a la otra entre la luz y las tinieblas, no hubo tiempo siquiera de acostumbrarse a la oscuridad y descifrar la silueta una vez dilatada la pupila; como para pensar entonces que fuera un efecto del reflejo de acomodación.

Cuando la mujer apagó la luz, de inmediato apareció develada su verdadera identidad.

— Esta no es una criatura de mi Dios—, se dijo Liborio otra vez en su auditorio interno.

Después del pedido autoritario la mujer en la cama recuperó su apariencia de persona común, dejó de tener la expresión de fiera al acecho abriendo las fauces para matar..., Liborio titubeó, dudó  de su sano juicio tratando de creer que alucinaba, hizo un esfuerzo para enfocar a la mujer porque ya no veía con nitidez bajo los efectos del licor, se deformaban los contornos y se configuraban  las sombras engañosas, le tocaba mirar de medio lado para apenas enfocar a medias y alinear la definición de los límites borrosos, examinó el licor en el vaso y revolvió los hielos derretidos, hizo la maniobra de oprimir y apagar el interruptor.

Vino el asombro sin aspaviento, ganas de llorar cuando vio que lo mismo sucedió, se rió del cuento y se sacudió del espanto al pensar que se lo iban a echar para el otro lado, ¡ni modo!, se dijo, me lo tengo merecido.

La mujer encendió la luz halando una cadenita.

Llevaba casi una semana hartándose de ron a diario  un hombre que muy poco tomaba, había perdido la noción del tiempo y amaneció a la intemperie después de enredarse con una gringa marchita y maloliente que ni siquiera le gustaba, lo dejó impregnado con su estela de zorrillo después de habérsela manoseado tan solo porque estaba bajo los efectos  del alcohol y de un humo raro que la gringa le ofreciera; con náuseas la rechazó sin explicaciones cuando en medio del indeseable desenfreno le sobrevino a la mente la cara de su mujer; gritó su nombre y extrañó como nunca su calor y el aroma dulce de su piel, se le arrugó el corazón, volvió a pedir auxilio y ésta vez llamó por su nombre al propio hijo de su Dios.

—¡Qué asco!—, se dijo recordando el revolcón a la gringa a la mañana siguiente de haberla rechazado, el quinto día después de haber desaparecido de su casa; escupió trasbocando en seco al despertar con esa evocación. Le dolían los pies y de la garganta en flamas exhalaba un hálito nauseabundo, amaneció en un paraje extraño que mas tarde frente a la mujer de la cama, había de recordarlo como un flash, sintió pena de sí apoyado sobre el pasto en la pradera al descampado, el mismo paisaje del socavón desolado donde el viento se devolvió. Liborio volvió a pensar en su mujer y se desvaneció.

Alguien lo recogió y lo llevó a una posada impartiendo órdenes para que lo dejaran dormir, lo alimentaran y luego llamaran a su mujer. Liborio recobró el sentido después de que el samaritano había partido dejando arreglado hospedaje y alimentación. Salió de la habitación a buscar a alguien que le dijera si estaba vivo y al no ver a nadie, en lugar de buscar el alimento conveniente y ya pagado, se hizo a una botella del mismo ron que se le iba a derramar. Se apuró un fondo blanco para entrar en calor, atravesó el corredor ..., uno, dos, tres tragos má. Llegando al cuarto empezó a sentirse ebrio nuevamente, y al empujar la portezuela entreabierta encontró a la mujer que lo iría a atacar después de quitarse los aretes.

 —¿Qué pasó Liborio?, ¿qué es lo que tanto te ha asustado?—, le dijo ella sin mucho inmutarse por la reacción del hombre grande que metió el gritillo maricón.Ella continuó quitándose los aros con la cabeza volteada y con la sonrisa disimulada en un gesto falso de dolor.

Liborio calló sin mirar escuchando a la bestia disfrazada, cuyo registro de voz se tornó profundo de improviso; entreabría la boca cual camaleón apuntando para arponear  a la presa; se le venía para encima a mostrarle de cerca la cara y de frente decirle quién era el que lo mataba y quién era también  el que lo había mandado a matar. Liborio continuó sin mirar aceptando su suerte cabizbajo, resignado ofrecía la nuca a su verdugo aunque estuviese esperanzado suplicando por clemencia y salvación. Al menos, — se decía —, llegar ante el ser eterno que lo creó, porque; ¡óyelo bien engendro, yo sí que soy un alma de mi Dios!

Lo dijo gritando con firmeza y con  toda la fuerza de un macho bravo.

La bestia se puso en pie y avanzó de frente con los ojos incendiados, Liborio lloraba cada vez mas fuerte apretando los ojos ocluídos y oyendo cómo se acercaba paso a paso la mujer sin los aretes,desplegando sus tenazas como la mantis y rugiendo palabras con otra voz.

Vibró la campanilla en la recepción y una onda de paz llamó a Liborio Quezada por su nombre verdadero, sin decirle aquel con el cual lo bautizaron en la pila; [La fiera y Liborio se miraron], un temor incomparable le abrió los ojos y al hacerlo inhaló sobrecogido a un coro de luces que de súbito brotó mientras el engendro retrocedía arrinconado..., otro destello azul en la memoria hizo al hombre colocar su rostro contra el suelo, pensando que estaba muerto y que yacía del otro lado.

Oyó el surgir de un manantial y después a una cascada cuesta abajo ...

En algún lugar de la conciencia, en ese mismo instante en otra dimensión, el viento retornó desde mas allá de los socavones con un mensaje de respuesta a tres invocaciones, que emanó cual eco profundo en el coro de la luz; el hombre lo asimiló: ¡ Ni una mas Liborio!, resonó como un dictamen que retumbaría para siempre en sus sentidos.

La mujer ya no estaba mas en la habitación, y aquel relámpago misterioso dejó de relumbrar en el pensamiento.

Sólo al morir Liborio Quezada había de  entender aquella enigmática sucesión de frases que alguna vez leyó sin entender en las escrituras: "Una ráfaga de viento..., El canto melodioso de las aves en la enramada ..., El rumor cadencioso de las aguas que se precipitan con fuerza ..., El rudo estrépito de piedras que se despeñan..., La carrera invisible de animales que brincan..., El rugido feroz de las bestias ..., El viento al repercutir en las concavidades de las montañas".

El sol tibio de la vida se filtró con brisa tenue y canto de avecillas a través de la ventana por donde la fiera se fue aterrada, al escuchar la voz de quién llamó a Liborio por su nombre verdadero.

Reconfortado, sonrió sudoroso pensando con sed en el agua fresca.

El hombre se asomó y vio venir a su mujer trayéndole comida recién hecha por sus bellas manos. Un buen samaritano le había dado la dirección de la posada adonde la esperaba el varón que la desposó.

Nathaniel Santiago

« Voltar