El silbato del tren despierta los pájaros soñolientos por los matorrales, por los olivares.
Pasa el tren, ladran los perros Y los niños saludan agitando los brazos, y hasta los viñedos quietos parecen esperar que el ruido del tren para quebrar el silencio (esa monotonía de los día parecidos).
La vía férrea adelante, la vía férrea atrás, el tren pasa por puentes, por cierras y por barrancos y muda la quietud de los árboles. La locomotora de la vida ruge canciones nuevas sobre los trillos alterados por contiendas de pájaros invisibles y de potentes ruedas que avanzan entre olivares y grutas, entre viñedos y sueños. Sentado a mi lado, un poeta declama:
Se inundan mis ojos negros
Llenos de sol y de tierra,
Mis pupilas son dos trenes
que no respetan fronteras.
Le digo que sus versos son bonitos, y él sonríe con tristeza. Por la ventana abierta de un vagón de segunda clase veo el poniente encenderse en el cielo color de naranjas maduras y de nubes como el mármol. Paralelas al tren lechuzas de cristal surcan el cielo y dibujan signos geométricos con sus vuelos rasantes en sueños esbozados en trenes dibujados en los libros que leía en la adolescencia.
El tren avanza, como la vida, (nadie puede detenerla). El tren avanza tan rápido que me pierdo en la soledad - entre el poeta que recita sus versos, el anciano que reza, un hombre que duerme y dos turistas que hablan sobre el clima.
El tren avanza y va dejando para atrás arboles y casas, mansiones y olivares, ojos tristes en las estaciones, abrazos de pasajeros que encuentran sus familiares.
Continúa el tren bordeando los campos verdes y las montañas azules. De repente, las nubes se desintegran en gruesas gotas que golpean los vidrios del tren en movimiento. Alguien se levanta y cierra las ventanas, mas la lluvia pasa rápidamente y el mismo hombre de camisa azul se levanta otra vez y abre las ventanas.
Y el tren como una serpiente gigantesca sigue su camino entre rieles iluminados por la luna y las ventanas entreabiertas que dejan entrar el aire fresco del campo entrar. Dejan entrar también el ruido de castañuelas con aire gitano, con vientos de sueños y fantasías.
La soledad de un viaje de tren es cortada por la conversación de dos amigas, por un niño que juega entre los asientos o por la oración de un anciano. Alguien, en el otro vagón
Toca notas desiguales de música flamenca en una guitarra. El poeta sentado a mi lado, adormece. Se le cae el cuaderno de las manos y el hombre de camisa azul lo levanta del piso y se lo alcanza. El poeta agradece. El niño se aproxima e pregunta lo que escribió. Las dos turistas sonríen. El viejo dice que poetas son una bendición de Dios.
Todos somos hermanos en esos viajes de tren, hermanos unidos por el rechinar de la ruedas andando por la vía férrea. Anochece las ruedas continúan a rechinar y la vía férrea se ilumina. La luna observa el maquinista que tranquilo, con los ojos en los trillos guía los sueños de esa noche de primavera.
Isabel Furini